jueves, 18 de octubre de 2018

CUANDO AGONIZABA EL SIGLO

El bloqueo de La Habana

La Habana y la entrada del puerto desde el Morro.

     El inusitado ir y venir de " autos " y camiones, la rápida concentración de ciudadanos en busca de armas, la injustificada inquietud que se retrataba en muchos semblantes de gentes asustadizas, la sucesión de disposiciones emanadas de quienes tomaron a su cargo la tarea  de dirigir  la acción en estos días que pasarán a la historia de Bilbao como los más febriles  entre los que han ido sucediéndose  desde la epopeya gloriosa del 74, todo esto reunido, trae a la mente del cronista el recuerdo claro y preciso , a pesar de los treinta y ocho años transcurridos, del día en que la escuadra norteamericana extendió su linea de potentes barcos ante las extensas costas de Cuba, estableciendo de hecho el bloqueo de la isla y por ende, el cierre absoluto del puerto de La Habana.

     Fue el jueves, 21 de Abril de 1898 a la caída de la tarde. Por la mañana se había dado  el aviso de que cuando el vigía del faro de O´Donell, situado en el histórico castillo del Morro, avistase los barcos que, según noticias que se tenían, navegaban hacia Cuba para bloquear La Habana, daría un aviso telefónico a la fortaleza  de La Cabaña, y ésta  dispararía tres cañonazos consecutivos en señal de alarma.
Faro de O´Donell

     Y en efecto, poco antes de las seis de la tarde, se oyó clara y distintamente en toda la ciudad el eco de los tres disparos. Inmediatamente se originó en las calles  un inusitado vocerío y un movimiento extraordinario  de gentes  que corrían  en todas direcciones.
     De todas las casa comerciales de La Habana, de los grandes almacenes  de las calles de Oficios y Mercaderes, de las pañerías y peleteros de Moralla y Teniente Rey, de las tiendas de lujo de Obispo , O ´Reilly, San Rafael, Galiáno y Neptúno, de las más modestas de la calzada del Monte, y calles circundantes , de los cafés, fondas y fábricas de tabaco, salían abrochándose los últimos botones del uniforme y empuñando el fusil como podían, los dependientes que pertenecían  al Instituto de Voluntarios, que eran casi todos los de La Habana.
Calle  Obispo

      Y buscándose unos a otros los del mismo batallón se encaminaban presurosos a pie o utilizando los innumerables coches  de punto- los tan decantados " peseteros"- que inundaban de ordinario la ciudad se dirigían  a todo correr  de sus piernas o de las patas de los escuálidos jamelgos, a la explanada de la Punta, donde se había previsto que se concentrasen  los distintos cuerpos  de aquel famosísimo Instituto.
     Nadie se daba cuenta de por qué y para qué se hacía aquella concentración , pero lo cierto era que imperaba el nerviosismo, y entre los gritos y vivas y el resonar de las músicas tocando la archifamosa  "Marcha de Cadiz" se llenó de gente la amplia explanada , y la que no cupo en ella se desparramó por la plaza de San Lázaro- hoy paseo del Malecón- , hasta la batería  de la Reina , situada frente al edificio de la Beneficencia, donde ahora se halla el risueño parque de Maceo.
     Y así transcurrió  la noche, con la Punta y la playa llenas de gente, que no podía hacer otra cosa que contemplar las siluetas, empequeñecidas por la distancia, de los acorazados yanquis  que cruzaban  por el mar libre, llegando por el oeste hasta la altura del Mariel, y por el este hasta la playa de Baracanao. Entretanto, otro grupo numeroso  se encaminaba  por las viejas calles de La Habana antigua hacia la plaza de Armas , apiñándose ante el palacio de La Capitanía General reclamando la presencia del titular de aquella casa, excelentísimo señor Don Ramón  Blanco y Erenas, marqués de Peña Plata, el cual acabó por salir al balcón central para arengar a la multitud, diciendo entre vítores y aplausos, que " para entrar los yanquis en La Habana, tendrían que pasar sobre su cadáver".. pero no hubo nada de eso.
     Al día siguiente ya fue otra cosa. Empezaba la gente a percatarse de la verdad de la situación, ya que , cerrado el puerto y los demás de la isla, y combatiendo en el interior españoles y cubanos, no tardaría en sentirse en la ciudad el zarpazo  del hambre. Se permitió  por aquellos días salir de La Habana, por vía marítima y en buques exclusivamente  norteamericanos, a cuantos elementos de la población civil quisieran eludir  los efectos de un posible bombardeo, y habiendo sido muchos, sobretodo entre las clases adineradas, los que se  aprovecharon de este permiso, aparecieron  un día todas las esquinas de la ciudad adornadas con unos carteles  que decían: "Se venden camisones ( camisas de mujer) para los que se embarcan", con lo que se les tildaba de mujerzuelas.
     Entretanto los barcos yanquis cruzaban y cruzaban por el horizonte marítimo de La Habana y la playa y La Punta se veían continuamente llenos de curiosos. Y como no faltan  gentes que de todo han de sacar partido, no tardaron en situarse en aquellos puntos varios individuos provistos de anteojos  de largo alcance, que por una moneda de dos centavos - una perra gorda- dejaban mirar por espacio de un minuto.
     Pronto empezaron a escasear los víveres y una de las cosas  que primero faltó fue la harina, quedando solo en la ciudad la que tenían en deposito los almacenes de la Administración militar, nutridos además, por orden superior, con la poca que quedaba en poder de los comerciantes .

   
Don Ramón  Blanco y Erenas. Marqués de Peña Plata.

     De manera que no había más pan que  el que se elaboraba para las tropas , salvo una poca cantidad que se hacía cada lunes en un barrio de la ciudad, cuyas panaderías lo servían a razón de un kilo por persona como máximo, con lo cual se formaban larguísimas colas , a las que solían ir todos los miembros de las familias del barrio. El pueblo habanero , que no perdía el humor, cantaba; A la cola, a la cola- a coger el pan- del General Arolas, porque este general era el Gobernador Militar de La Habana, y el encargado de la distribución de las subsistencias.
     A la puerta de los cuarteles se hacía diariamente un mercado " sui generis" una especie de zoco al aire libre, donde acudían las gentes a inducir a los soldados a que les vendiesen el pan. A tres y cuatro pesetas se llegó  a pagar el panecillo , mal cocido, de trescientos gramos.
     Multitud  de familias llegaron a acostumbrarse a comer sin pan, sustituyéndolo con el sabroso aguacate, o con otros frutos, sobre todo mangos , que abundaban extraordinariamente, así como el tabaco, ya que estando cerrado el puerto , no era posible la exportación.
     Por aquellos días ocurrió la sublevación, por razones de índole económica, del Batallón de Orden Público de La Habana, acuartelado en la calle de Compostela, sublevación que por fortuna , se arregló sin consecuencias graves para nadie.
     De aquellos sublevados tenemos aquí por lo menos dos, que son; el actual secretario particular de la Alcaldía de Bilbao, señor Pascual, y el conserje del Ayuntamiento de Guecho, don Manuel Otaola, que por muchos años lo cuenten.
     A mediados de Junio, forzó el bloqueo, consiguiendo entrar en Cienfuegos con un completo cargamento de harina y otros víveres , el vapor español " Montserrat", de la compañía Transatlántica al mando del valeroso capitán Don Manuel Deschamps.
      Aquel refuerzo mejoró un poco la situación, y entre los agasajos al capitán Deschamps, que se trasladó por tierra a La Habana y las noticias que circulaban sobre las "bravas acciones" del " Conde de Venadito", el " Nueva España" y algún otro de nuestros barquitos de guerra, que salían, disparaban unos cañoncitos que no alcanzaban a nadie y regresaban al puerto, la gente tenía que entretenerse y entretener el hambre.
   
Ayuntamiento de La Habana

      Pero pronto, aunque con mucho retraso, se tuvo noticia del desastre de Cavite, en las lejanas Filipinas, y luego, tras el delirante frenesí  que causaron la llegada  de la escuadra de Cervera a Santiago de Cuba y la de la escuadrilla de detroyers de Villamil a Puerto Rico, llegaron los primeros días de Julio y se conoció en toda su extensión el estéril sacrificio en aguas de Santiago, de los tres cruceros bilbaínos y del acorazado "Colón" en lucha patriótica, pero suicida, contra un enemigo mil veces superior en todo.
     Entonces decayeron los ánimos en La Habana, como en toda la isla y las gentes se dieron a esperar a que llegase la hora del levantamiento del bloqueo que aún tardó cerca de un mes, sin otro pensamiento que el de satisfacer la  más prosaica e imperiosa de las necesidades; Comer. 

Roger de Juval.
Agosto de 1936. El Noticiero Bilbaino.

Nota del blogger: Las fotografías no aparecen en el artículo original, ni son necesariamente contemporáneas con el relato.

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